Antonio Bermúdez rescata del olvido la historia de Ramón Caba Vera

Antonio Bermúdez rescata del olvido la historia de Ramón Caba Vera

El historiador local Antonio Bermúdez rescata del olvido la historia de un manzanareño nacido a principios del siglo pasado, que pasó una infancia plagada de dificultades y se marchó al servicio militar voluntario. Aprendió rápidamente el código Morse, el manejo del telégrafo y el heliógrafo, instrumentos que supo emplear a la perfección en un momento delicado de la guerra de Marruecos, en la que tuvo un comportamiento destacado.

Cultura
29-07-2006

Señala Bermúdez que tras el correspondiente periodo de instrucción Caba Vera fue destinado al Batallón de Ingenieros de Tetuán y que “una serie de circunstancias y casualidades hicieron que, en septiembre de 1925 se encontrara sirviendo como cabo telegrafista en un destacamento encargado de la defensa de una remota posición denominada Kudia Tahar, la más avanzada de cuantas integraban la línea “Estrella”

El historiador manzanareño describe las circunstancias que llevaron a los franceses y españoles a establecer una estrategia común para luchar contra las harkas de Abd el Krim y recuerda que “inesperadamente, a las cinco horas y cincuenta minutos del día 3 de septiembre se inició un durísimo cañoneo contra la posición que resultó terriblemente castigada por disparos de artillería realizados a corta distancia. Apenas había respondido al fuego la batería española cuando una certera andanada de proyectiles enemigos desmanteló todas las piezas, matando a la mayoría de sus servidores”.

Por varias circunstancias, el heliógrafo se convirtió en el único vínculo de unión con la retaguardia. El cabo manzanareño Ramón Caba Vera consiguió comunicar esa misma tarde al mando de la zona la firme resolución del capitán Zaracibar de defender el enclave a toda costa, consciente de la importancia estratégica del mismo.

Cuando los legionarios alcanzaron las ruinas, sólo encontraron veintidós supervivientes, rotos por la fatiga, la sed, el hambre y la fiebre. En las horas siguientes aun fallecerían seis de aquellos valientes a causa de las heridas recibidas. Únicamente dieciséis hombres pudieron regresar a Tetuán. Ramón Caba Vera era uno de ellos. Aunque sobrevivió a los indescriptibles sufrimientos del asedio quedó afectado por unas extrañas fiebres intermitentes que le acompañaron el resto de su vida.

El día 19, los supervivientes eran recibidos personalmente por el general Primo de Rivera en el palacio de la Residencia de Tetuán. Durante la fiesta, los soldados recibieron la gratitud del Presidente del Directorio y fueron obsequiados con licores, café y puros habanos. Como recompensa les entregaron 50 pesetas en metálico y se concedió a todos ellos la Cruz al Mérito Militar con distintivo rojo. Asimismo, como merecido premio, pudieron marchar a sus pueblos con un mes de permiso para recuperarse junto a sus familias de las penalidades pasadas.

Cuando Ramón llegó a Manzanares le esperaban en la estación las autoridades con la Banda Municipal, siendo recibido con gran cariño por sus paisanos. La recepción oficial tuvo lugar en la sesión extraordinaria celebrada el 19 de noviembre de 1925. Además de los miembros de la Corporación Municipal asistieron todas las autoridades civiles, militares y eclesiásticas de la localidad, entre ellos el Delegado Gubernativo, comandante

A pesar de que había sido ascendido a sargento, Ramón Caba Vera decidió abandonar el ejército y se licenció en febrero de 1927 al cumplir los tres años de servicio activo. Al volver al pueblo se instaló provisionalmente en casa de su hermano Antonio, en una vivienda alquilada de la calle Doctor Muñoz Úbeda.

Como otros muchos soldados, Ramón tuvo su “madrina de guerra”. Era una joven de familia acomodada con la que se carteaba con frecuencia y de la que recibió algún que otro obsequio en fechas señaladas. Al terminar el servicio militar viajó hasta Sevilla, donde ella residía, con intención de visitarla, o tal vez con el propósito de iniciar una relación más estrecha. Alterado por la emoción cruzó precipitadamente las vías de la estación de Córdoba, resultando fuertemente golpeado por otro tren que circulaba en ese momento. Como consecuencia del grave accidente tuvieron que amputarle una pierna por debajo de la rodilla.

Como quedó delicado y las comidas del cuartel no le iban, se buscó una patrona que fuera manchega, y fue a dar con una familia de Manzanares. Con el paso del tiempo se casó con la hija que era matrona. Ramón se posicionó claramente a favor de la República. Aunque su invalidez física le impedía combatir en los frentes, puso su inteligencia y experiencia militar al servicio del gobierno legítimo, siendo destinado como Auxiliar de Profesor a la Escuela de Guerra de Paterna (Valencia). En este tiempo fue ascendido a brigada de Ingenieros.

Ramón fue uno de los vencidos. En consecuencia fue detenido y condenado a seis años y un día de prisión. Estuvo algún tiempo en Tudela (Navarra), pero pronto fue liberado gracias a los informes favorables que su mujer pudo conseguir. Los nuevos padecimientos físicos y morales de la posguerra hicieron que la precaria salud de Ramón se fuera deteriorando rápidamente. Falleció el 25 de septiembre de 1946 cuando sólo tenía 43 años de edad.